Temazo

miércoles, 18 de marzo de 2015

Tu libertad termina donde empieza la mía

Hoy estoy un poco cabreado. En concreto, estoy cabreado con mis vecinos de arriba y de abajo. Así, entre la espada y la pared, como un sándwich, atacado por ambos frentes, como una virgen en un trío con senegaleses. Y es que cuando he ido a recoger la ropa que estaba en el tendedero he descubierto que… ¡Ambos vecinos son fumadores!

A priori, el que mis vecinos de arriba y abajo sean fumadores no debería ser más que algo anecdótico como que tengan un perro o que les guste comer croquetas de roquefort. El problema es que son fumadores irrespetuosos, una especie que, lejos de estar en peligro de extinción, abunda en demasía. En este caso, me encuentro con el hecho de que la ropa que he tendido está llena de cenizas del vecino de arriba y con un fuerte olor a tabaco por la humareda que suelta el de abajo. Vaya, que mi ropa huele como si en vez de suavizante hubiese usado los restos de un cenicero.

Hay mucha gente que se acoge a dos razones para justificar el coñazo que dan con el tabaco: que ellos se hacen lo que quieren y que hay que comprender su adicción.

En primer lugar, hay que poner de manifiesto que con sus vidas que hagan lo que les salga del ombligo, pero obviar que perjudican a los demás es de tener los huevos tan grandes que debieran meter el pene bajo tierra como si fuese un avestruz. “Es que yo echo el humo para el otro lado”. Amigo mío, el humo es tan incontrolado como una meada masculina después de una noche loca de sexo. Personalmente, el humo del tabaco me recuerda al siguiente fragmento de la obra “Cien años de soledad”:

"Un hilo de sangre salió por debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle, siguió en un curso directo por los andenes disparejos, descendió escalinatas y subió pretiles, pasó de largo por la Calle de los Turcos, dobló una esquina a la derecha y otra a la izquierda, volteó en ángulo recto frente a la casa de los Buendía, pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de visitas pegado a las paredes para no manchar los tapices, siguió por la otra sala, eludió en una curva amplia la mesa del comedor, avanzó por el comedor de las begonias y pasó sin ser visto por debajo de la silla de Amaranta que daba una lección de aritmética a Aureliano José, y se metió por el granero y apareció en la cocina donde Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el pan"
"Cien años de soledad" por Gabriel García Márquez

Luego está el decir “¡pues más contaminan los coches!”. Claro, pero es que normalmente no acostumbro a comer con el tubo de escape de un coche echando humo sentado junto a mí. No voy a entrar a valorar si el tabaco merma vuestra capacidad pulmonar o vuestras carteras, sino que voy a decir tres grandes verdades del tabaco para con los demás: El tabaco perjudica. El tabaco molesta. El tabaco apesta.

Respecto al tema de la adicción, hay que señalar que el ser fumador no es algo innato, ni genético. Uno es fumador porque le ha dado la gana. Porque pese a que les repitieron cien millones de veces que era adictivo, ellos decidieron convertirse en fumadores.

¿Qué pensarían si alguien que come pipas le escupiese las cáscaras a la cara? ¿Qué sentirían si alguien que se ha revolcado en estiércol se sentase junto a ellos? ¿Qué sentirían si alguien les tirase arena a los ojos? Pues así me siento yo cuando alguien fuma cerca de mí sin pensar en que cerca hay una persona que está siendo puteada por su “incontrolable” adicción.




PD: ¡Viva la ley antitabaco! 

1 comentario:

  1. Estoy totalmente d acuerdo. Puedes firmar en Change.org para evitar fumar en terraza

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