Hoy estoy un poco cabreado. En
concreto, estoy cabreado con mis vecinos de arriba y de abajo. Así, entre la
espada y la pared, como un sándwich, atacado por ambos frentes, como una virgen
en un trío con senegaleses. Y es que cuando he ido a recoger la ropa que estaba
en el tendedero he descubierto que… ¡Ambos vecinos son fumadores!
A priori, el
que mis vecinos de arriba y abajo sean fumadores no debería ser más que algo
anecdótico como que tengan un perro o que les guste comer croquetas de
roquefort. El problema es que son fumadores irrespetuosos, una especie que,
lejos de estar en peligro de extinción, abunda en demasía. En este caso, me
encuentro con el hecho de que la ropa que he tendido está llena de cenizas del
vecino de arriba y con un fuerte olor a tabaco por la humareda que suelta el de
abajo. Vaya, que mi ropa huele como si en vez de suavizante hubiese usado los
restos de un cenicero.
Hay mucha gente
que se acoge a dos razones para justificar el coñazo que dan con el tabaco: que
ellos se hacen lo que quieren y que hay que comprender su adicción.
En primer
lugar, hay que poner de manifiesto que con sus vidas que hagan lo que les salga
del ombligo, pero obviar que perjudican a los demás es de tener los huevos tan
grandes que debieran meter el pene bajo tierra como si fuese un avestruz. “Es que yo echo
el humo para el otro lado”. Amigo mío, el humo es tan incontrolado como una
meada masculina después de una noche loca de sexo. Personalmente, el humo del
tabaco me recuerda al siguiente fragmento de la obra “Cien años de soledad”:
"Un
hilo de sangre salió por debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle,
siguió en un curso directo por los andenes disparejos, descendió escalinatas y
subió pretiles, pasó de largo por la Calle de los Turcos, dobló una esquina a
la derecha y otra a la izquierda, volteó en ángulo recto frente a la casa de
los Buendía, pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de visitas
pegado a las paredes para no manchar los tapices, siguió por la otra sala,
eludió en una curva amplia la mesa del comedor, avanzó por el comedor de las
begonias y pasó sin ser visto por debajo de la silla de Amaranta que daba una
lección de aritmética a Aureliano José, y se metió por el granero y apareció en
la cocina donde Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el
pan"
"Cien
años de soledad" por Gabriel García Márquez
Luego
está el decir “¡pues más contaminan los coches!”. Claro, pero es que
normalmente no acostumbro a comer con el tubo de escape de un coche echando
humo sentado junto a mí. No voy a entrar a valorar si el tabaco merma vuestra
capacidad pulmonar o vuestras carteras, sino que voy a decir tres grandes
verdades del tabaco para con los demás: El tabaco perjudica. El tabaco molesta.
El tabaco apesta.
Respecto
al tema de la adicción, hay que señalar que el ser fumador no es algo innato,
ni genético. Uno es fumador porque le ha dado la gana. Porque pese a que les
repitieron cien millones de veces que era adictivo, ellos decidieron convertirse
en fumadores.
¿Qué
pensarían si alguien que come pipas le escupiese las cáscaras a la cara? ¿Qué
sentirían si alguien que se ha revolcado en estiércol se sentase junto a ellos?
¿Qué sentirían si alguien les tirase arena a los ojos? Pues así me siento yo
cuando alguien fuma cerca de mí sin pensar en que cerca hay una persona que
está siendo puteada por su “incontrolable” adicción.
PD: ¡Viva
la ley antitabaco!
Estoy totalmente d acuerdo. Puedes firmar en Change.org para evitar fumar en terraza
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