Temazo

miércoles, 29 de abril de 2015

Enfermos crónicos

Todos hemos escuchado alguna vez cuando alguien fallece la expresión “vaya… nunca había tenido ni un resfriado, y ahora…”. Y es que hay gente que parece que son inmunes a cualquier tipo de enfermedad o lesión, personas que cuando se habla de “baja médica” les parece que se está hablando en sánscrito. Esos superhombres y supermujeres pasan los inviernos sin siquiera estornudar, pueden practicar cualquier deporte con la confianza en sus cuerpos de goma y ya pueden beber alquitrán que no les va a sentar nada mal. Son, simplemente, superhéroes.

Por otro lado, nos encontramos con un tipo de personas que el día que nos dejen diremos “demasiado ha durado”. Son personas que tienen en casa más medicinas que una farmacia, que ya pueden llevar ropa de abrigo para sobrevivir a una noche siberiana que como sople una rachita de viento se ponen malos, gente que se puede hacer un esguince poniéndose las zapatillas deportivas, de esos que están más tiempo de baja que trabajando y que cuando van a un restaurante exótico ya están pensando en dejar el día siguiente libre porque se lo van a pasar en el baño. Este tipo de personas son como el señor Burns, que si sobreviven es por el Síndrome de los Tres Chiflados: tienen tantas enfermedades que se estorban las unas a las otras. 


Siempre se dice que uno no puede quejarse porque siempre hay alguien que lo está pasando peor que tú. Y en mi caso está claro que no puedo quejarme porque no he pasado ninguna enfermedad grave ni he sufrido accidente de gravedad alguno. Pero si para este tipo de personas se dice que les ha mirado un tuerto, yo creo que a mí, cuando menos, me está acechando uno.

Siempre me he preguntado por qué no seré del Atleti, ya que mi adolescencia la pasé siendo conocido como “el pupas”, con las muletas como unas extremidades más a las que tener en cuenta, ya que llegué a perder la cuenta del número de esguinces que tuve (algunos por motivos muy inverosímiles), además de alguna fisura o fractura. Vaya, que parecía que mis huesos eran mondadientes. Aparte de que siempre he sido el típico que siempre está resfriado.


En los últimos años he sufrido con los problemas renales hasta el punto de tener tantos cólicos nefríticos que ya me tomaba los Nolotiles como Lacasitos. La situación llegó al punto de que cualquier mínima molestia lumbar me ponía en alerta y ya podían ser gases que yo ya estaba a mitad de camino del Clínico.


Pues bien, llevo una temporada sin tener lesiones graves o sin que me den cólicos nefríticos, pero en la última semana: una fascitis plantar que no me deja andar, el otro día me abrí la cabeza bajando una persiana, tengo molestias en los riñones que me hacen orinar sangre (este es mi día a día), anoche me rasqué un lunar y la sangre me caía a borbotones por la cabeza, hoy he roto una puerta de cristal y el cristal (en punta y de grandes dimensiones) ha pasado rozándome la barriga… En definitiva, que no me puedo quejar porque en líneas generales estoy bien y soy feliz, pero lo que está claro es que de mí nunca podrán decir eso de “nunca tuvo ni un resfriado”. ¡Salud!


miércoles, 22 de abril de 2015

Fútbol, ya no te quiero tanto

Esta noche es una de esas noches que todos los aficionados al fútbol ansiamos. Vamos a presenciar, en teoría, un choque de titanes entre dos equipos que se tienen ganas. Los enamorados del fútbol somos así. Llevo todo el día esperando que lleguen las 20:45 para poder ver ese partido (y eso que no soy de ninguno de los dos equipos) para poder disfrutar de la tensión y la emoción de ese juego en el que los jugadores deberían dejarse todo en el terreno de juego.

Pero mi amor por el fútbol no vive su momento más dulce. Es como cuando se te cae la venda de los ojos con una persona a las que has idolatrado ciegamente. Hay quien pueda pensar que me he aburrido de ver a veintidós personas (hombres o mujeres, le pese a quien le pese) persiguiendo una pelotita para meterla dentro de una portería. No es ese el caso. Y eso que en la liga española parece que están haciendo lo imposible para que nuestra liga sea la más aburrida del mundo con eso de favorecer siempre a los dos grandes (económica y administrativamente). Pero vaya, que si te aburres de una liga siempre puedes ver otra. Así que el caso no es que me haya aburrido del juego en sí.


El problema viene de todo lo que sobrepasa las líneas del césped. El fútbol seguramente sea el deporte que más gente mueve a nivel mundial y está claro que cuantas más manzanas compres, más probabilidades hay de que te toque un gusano, pero es que el fútbol se está convirtiendo en un compendio de gusanos, víboras y demás seres indeseables. Para empezar, el fútbol, al mover tanta gente, se ha convertido en un negocio del que algunos se están lucrando sin siquiera saber que el balón es redondo. Muchísima gente de las que mueven el  mundo del fútbol están ahí no por amor al mismo, sino para llenarse los bolsillos aunque esto suponga reventar este bello deporte. En este sentido supongo que no soy el único que ve una clara semejanza con el mundo de la política, donde algunos (demasiados) van a robar en lugar de ayudar.


Aun así, mi desencanto con el fútbol viene por otros derroteros: los aficionados. Vale , ya sé que la morralla que hay en el fútbol siempre ha estado ahí y siempre será reemplazada por otra, pero yo abrí los ojos tarde. La gota que colmó el vaso llegó la temporada pasada en un partido Málaga-Osasuna, al que asistieron aproximadamente unos cincuenta aficionados pamplonicas. La media de edad de dichos aficionados era alta, con matrimonios en su mayoría y ninguna gana de armar follón. Pues bien, antes de empezar el partido, desde la sección de la Rosaleda donde se ubican los Malaka Hinchas (aficionados que se llenan la boca diciendo que ellos van a animar a su equipo) se empezaron a escuchar cánticos que decían: “Todos a una: puta Osasuna”. ¿Qué pensarían esos aficionados que habían venido desde Pamplona para disfrutar de un partido de fúbol? ¿Qué pensarían aquellos niños que iban al fútbol por primera vez? ¿Qué pensarían esos (pocos) padres responsables que iban con sus hijos e hijas?


Tristemente, nos hemos acostumbrado a la violencia (física y verbal) en el fútbol. Hay quienes dicen que eso entra dentro del fútbol, que no se puede controlar o que tampoco es para tanto… ¿Y por qué en otros deportes no pasa? ¿Por qué en otros deportes sí que se controla? A estas preguntas habría que añadir otras más concretas como: ¿Por qué se sigue pasando la mano con la venta de alcohol en campos de fútbol base? ¿Por qué no se persigue y expulsa a aquellas personas que insultan en un campo de fútbol? ¿Por qué permitimos que algunos padres tengan miedo o vergüenza de llevar a sus hijos a jugar al fútbol? ¿Por qué se sigue corriendo el velo de la violencia física en el deporte donde hay peleas entre aficiones que ponen en peligro la integridad física de terceros?


En definitiva, sigo enamorado del fútbol, pero en la tele se ve más tranquilito, sin que te echen el humo del tabaco, sin tener que escuchar tantos insultos y sin tener que temer por tu físico. Que disfrutéis del partido.

miércoles, 15 de abril de 2015

Regalos

    Una de las noticias del día hace mención al fugaz encuentro que han tenido nuestro rey Felipe VI y Pablo Iglesias, líder de Podemos. El señor Iglesias se ha saltado el protocolo en un acto que unos considerarán cercano y otros maleducado para poder regalar al monarca una recopilación de capítulos de la serie “Juego de Tronos”. Más allá de la pullita que este gesto suponía hacia la monarquía (Pablo Iglesias es un confeso republicano), yo quisiera centrarme en la cara que se le queda al rey Felipe VI cuando Iglesias le da el regalo, con cara de “porque tengo que guardar las apariencias, que si no...”. Y es que a Felipe se le ha quedado la misma cara que cuando te regalan por tu cumpleaños algo que no te gusta o no entiendes, como cuando te regalan algo de ropa que no te pondrías ni en una fiesta de disfraces o un libro que estás deseando que vaya acompañado de tiquet regalo para poder descambiarlo.

    Y es que hay momentos en que es mejor no regalar nada antes que regalar algo que va a suponer un rotundo fracaso. Cuando yo era pequeño, en el día de la Primera Comunión a todos los niños (o casi) les regalaban las mismas cosas. Era como si todos los comerciantes de la época se hubiesen puesto de acuerdo para encasquetar stock sobrante: “Oye, ¿qué hacemos con estos relojes Casio que nadie quiere?” “Mmmm... Vamos a decir que son un regalo ideal para la Primera Comunión”. Estaba el regalar el reloj Casio, el libro de firmas, la maquinita del Tetris, el estuche con bolis o plumas... Tal vez hubiese otros niños que recibiesen regalos más generosos, pero en mi entorno los regalos eran calcados. Siempre estaba el típico niño ricachón que recibía regalos extravagantes o que recibía una cantidad de dinero desorbitada, pero eso eran excepciones puntuales.

    En el mundillo de los regalos nos encontramos con varios binomios como: a los fáciles de regalar – a los difíciles de regalar; a los que le gustan los regalos – a los que no le hacen ilusión los regalos; a los que le gusta comprar – los que odian tener que ir a comprar.

    Respecto al primer binomio, todos tenemos amigos, familia o pareja a los que no ha llegado aun su cumpleaños (Navidad u otra festividad) y ya sabemos lo que le vamos a comprar, en plan “Esto es muy (nombre de esa persona)”. Hay gente que sabemos cómo visten mejor que ellos mismos, gente a la que identificamos con tiendas determinadas, gente con la que podemos ser muy creativos sin miedo a equivocarnos. ¡Y luego tenemos gente a la que no tenemos ni la menor idea de qué regalarles! Y como vayas acompañado a comprar siempre salen los típicos “¿Le compramos esto?”, mientras que tú estás pensando “Esto te gusta a ti, no a él/ella...”. En estas ocasiones hay gente (volvemos a los binomios) a los que le entran ataques de ansiedad, que recorren millones de tiendas, que preguntan hasta a sus tíos de Kentucky para saber qué pueden regalar a esa personas... Y, por otro lado, estamos los que pasamos del tema y decimos “si le compre lo que le compre hay un alto riesgo de equivocarme... Le compro lo que sea y si no le gusta que lo descambie”. Y es que hay gente que cuando te da un regalo ya se les huele a la legua, cuando no has abierto la bolsa y ya te están diciendo dónde puedes descambiarlo con el tiquet regalo en la mano y que confirmas tus sospechas cuando comrpuebas que ni se han parado a buscar la ropa de tu talla.

El siguiente binomio distingue habla de aquellas personas que no pueden esperar a que acabe la cena para poder abrir los regalos, esas personas a las que ya puedes regalarles un peo en un frasco que les va a hacer ilusión, pues son felices con cualquier cosa y disfrutan hasta el orgasmo desde el mismo momento en que empiezan a romper el papel de regalo. Por el contrario, nos encontramos con gente a las que ya puedes regalarles un coche, un viaje al Caribe, las entradas para el concierto de su grupo favorito que creía agotadas o la misma Luna que... Te van a responder con un escueto “gracias” mientras su cara no va a reflejar emoción alguna. Son de estas personas a las que dan ganas de quitarle el regalo o rompérselo en la cabeza, gente que piensas que son descorteses, desagradecidos o, simplemente, unos cabrones, pero lo único que les pasa es que son menos expresivos que Jon Nieve.

    Por último, distinguiremos entre aquellas personas que están deseando que llegue un cumpleaños para poder ir a comprar regalos, lo cual puede deberse a varios motivos entre los cuales están: hace meses que sabes lo que vas a comprar a esa persona y estás deseando hacerle feliz; quieres ir de compras para fijarte más en lo que te vas a comprar que en lo que le vas a comprar; vas a comprar en menos de media hora, pero es la excusa perfecta para tomarse algo después. Y luego estamos los que odiamos tener que comprar un regalo, no por indiferencia hacia la persona a la que se le va a hacer el regalo, sino simplemente porque ir de compras, dar mil vueltas por distintas tiendas, aguantar colas, comparar precios y buscar/acertar tallas suponen para ti un auténtico vía crucis y estás deseando decirle a alguien “¿vas a comprar algo para Fulanito? Cuenta conmigo”, pero ese “cuenta conmigo” no implica acompañarte a comprar, sino darte el dinero y que tú tengas que comerte la cabeza.


    En definitiva, si odias ir de compras para buscar un regalo, te aconsejo que vayas a tiro fijo y sin moverte del sofá de casa: compra los regalos online. Eso sí, primero échale un vistazo a mi post anterior, no vaya a ser que te vuelvas un shopaholic online ;)

miércoles, 8 de abril de 2015

Shopaholic online

Nuestros amigos los anglosajones tienen un término específico para aquellas personas que son adictas a las compras: "shopaholics". Vaya, que te meten en el mismo saco a los adictos a las drogas, los adictos al alcohol y los adictos a las compras.
No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que la adicción a las compras no suponen una merma en el aspecto físico como puede pasar con otro tipo de adicciones. Es decir, que por muy adicto a las compras que seas, esto nunca te va a suponer parecerte al Walking Dead de Belén Esteban, como pasa con los yonkis y los borrachos extremos.


La adicción a las compras no es algo nuevo. En la medida de los bolsillos de cada uno, siempre ha habido personas que han tirado la casa por la ventana con las compras, que se han sentido como Julia Roberts en Pretty Woman y que han dejado la tarjeta de crédito más desgastada que el ombligo de un Borbón de tanto rascarlo. Todos conocemos a alguien que no ha cobrado todavía un sueldo cuando ya lo tiene entero (y más) dividido entre compras del Bershka, del H&M, del Primark, del Pull&Bear, etc... Yo creo que hay gente que sería más feliz si les pagasen con tarjetas de regalo del Zara que con dinero en efectivo, pues así se ahorrarían el sentimiento de culpa que pesa cuando se pasa la tarjeta de crédito o ves en la caja lo que te has gastado...

Pero la adicción a las compras está viviendo un auge espectacular debido a las compras online. Hasta no hace mucho la gente se resistía mucho a comprar por Internet por el miedo a timos, a que no te quede bien lo que compras o que no te llegue lo que has comprado. Pero es cada día todas esas barreras se van superando gracias al boca a boca ("yo he comprado ahí y me ha llegado bien"), al PayPal, al ahínco de los comercios online de hacer notar su eficacia y su confianza...


Esto ha supuesto una apertura de barreras para que la gente se lance al mundo de las compras online sin grandes miedos, comprando todo lo que pillan sin necesidad de que lo que compran lo vayan a usar alguna vez en sus vidas, cargando sus carritos (online) de artículos que realmente no necesitan y que suponen que veamos al de Seur (u otra compañía) como alguien más de la familia que ya nos tutea y nos saca tema de conversación: "¿Hoy qué toca, Aliexpress, Buyincoins, Zalando...?". Yo estoy planteándome para estas navidades comprarle algo al cartero y cuando me entregue el paquete decirle "No, no. Si este es para ti".

En definitiva, que hemos pasado de estar demasiado encorsetados con las compras online temiendo que alguien liquide los ahorros de nuestra vida, a un despiporre total en el que vamos de web en web comprando sin control alguno. Ahí es donde debe entrar en juego la razón, el sentido común y la madurez necesaria para diferenciar un capricho esporádico de una rutina que puede convertirnos en un "shopaholic online". Si os sabéis el número de vuestra tarjeta de crédito de memoria, entonces tenéis un problema.


PD: Hola, me llamo Dani y soy adicto a las compras online